Lo olvidamos todo e incluso hasta el nombre aquella mañana. ¿Qué podría importarme hoy los nombres? Ellos reclamaban al corazón y este siempre estaba abierto, pero carecían de gafas para leer de cerca tanta ternura. Creían en casi todo y odiaban la nada, los argumentos de las historias conmovedoras y las otras. Tal vez sea yo quien deba ponerle fin a sus perezas, a sabiendas que la razón es todavía efímera ante sus personas.
¿Te caíste en el vacío o acaso dejaste de creer? Ya nadie ha vuelto a ser el mismo y eso sucede por las respuestas…
Volveremos a darle un beso a la vida que nos ha quitado el placer de morir en ese decrépito agujero en la tierra.
Escribe y escribe hasta que un día suceda algo que no haga mirar al pasado y dejar de vivir de lo que pudo ser y fue o no. Encerrado en una habitación volviendo loca a la locura, con un cigarrillo entre los labios y media botella acabada. Bajo la constante desesperación de sacarlo todo a la luz y sonreír como quien encuentra un alivio después de todo.
Caminos que parecen llegar a su fin, caminos transmundanos, caminos llenos de hojas encuadernadas malamente, caminos donde nos tocó llegar por alguna rara decisión, caminos que debemos seguir a riesgo de encontrar un hoyo en la tierra en donde te encuentres tus líneas más tristes, caminos y solo caminos hemos dejado pisoteados por continuar el curso.
Al final del viaje ellos no entendieron nada, pero hicieron para si tus palabras y besaron tu corazón cuando este perecía por los dolores y quedó un libro en ese bosque que siempre te resultó mágico y sus árboles tus colegas antepasados casi muertos.
Así recitaba el último texto de Fabián, el escritor que abrazó su libro y se adentró en sus páginas. En muchos años nadie volvió a saber que fue de él, pero una mañana una joven que había olvidado hasta su nombre gritó: «¿Qué podría importarme el nombre quién escribió este libro? Escribiré por su alma y amaré mis caminos.